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Rarum

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Además de su función y belleza, el viaducto se ha convertido en un referente para los turolenses, separa y une dos ciudades que son una, y desde que dejó de ser un lugar de paso, convirtiéndose en lugar para el paso, se pueden contemplar con detenimiento, increíbles perspectivas; sobre todo, al atardecer.

 

A medida que pasa el día, y el sol se pone, la sombra del Viaducto se proyecta  sobre las pocas huertas que aún se conservan allí, abajo. Como una mancha, su difusa silueta penetra poco a poco en estas tierras, y advertimos cómo, la gran sombra, alejada de connotaciones negativas, va imprimiendo un fuerte caracter plástico.

 

Queda poca tierra allí abajo, raras excepciones. Sin el amparo de la gran arcada- casi 40 metros de luz-, estas tierras no existirían. El Viaducto las protege.

 

Estas huertas, el Viaducto y su sombra, han sido el pretexto para la exposición que ahora contemplamos.

 

     

Santiago Martínez Fernández    

 

Profesor de Historia del Arte

 

 

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