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Cruzar el Viaducto

Huertos

Durante un breve periodo de tiempo, cuando se prepara la tierra, se ara, se abona y se siembra, los campos bajo el Viaducto de Teruel permanecen quietos, su ciclo parece detenerse. En uno de esos momentos, y a partir de una fotografía tomada desde el puente, surgió hace ya más de 10 años, el proyecto “Rarum” (2004). Resulta singular que en el centro de una ciudad pervivan estos huertos, son supervivientes de otra época, vestigio de un pasado agrícola. Rescato de la presentación de aquel proyecto esta frase: “queda poca tierra allí abajo, raras excepciones -en geología reciben el nombre de rara tierra aquellos óxidos de ciertos metales que existen en cantidades exiguas-, sin el amparo de la gran arcada, esas tierras no existirían, el Viaducto las protege”.

Nos percatamos de su presencia pero, como a tantas cosas cotidianas, no le prestamos interés. “Rarum” sirvió, de alguna manera, para fijar más nuestra mirada en ellos; y los artistas participantes, encantados con aquel referente creativo, aportaron con generosidad diversos puntos de vista del arco protector, de las viejas casas que, casi abandonadas, todavía sobreviven, de las cosechas y los aperos de labranza..., aunque la gran protagonista fue la tierra, con sus surcos y huellas del arado que, como cicatrices del tiempo, adoptaron formas diversas. En aquella ocasión Ángeles Pérez nos llevó hacia una serie de fotografías de cielos acompañadas de un breve texto, complemento imprescindible en la mayoría de sus trabajos, que confirma la riqueza creativa de la artista : “A veces imagino que levanto el vuelo y fundida en una nube, estallo en rojos”.

Siempre que escuche estas palabras pensaré en Teruel. Sólo los de allí saben de esos tonos únicos que ofrecen sus cielos cuando el sol, tras una tormenta, abre paso entre las nubes o, cuando cruzando el Viaducto -lugar privilegiado de observación-, en un atardecer de cualquier día, el cielo reclama nuestra atención. Los colores de los cielos lo son también de la tierra, de la arcilla de los Monotes, del cerro de Santa Bárbara, del valle de Guadalaviar contemplado desde el poblado íbero del Alto-Chacón; rojos, ocres, anaranjados, parecen reflejarse como si las nubes tuvieran la capacidad de retenerlos, proyectándolos hacia nosotros en un capricho especular.

Ángeles sigue profundizando en un tipo de imagen ligada a la naturaleza, arte íntimo y evocador que si tuviera que definir con una sola palabra sería con la de  generosidad. Sus cuidadas fotografías tienen la capacidad de sugerir y emocionar, pero sobre todo de ofrecer. Proyectos como Supongamos que es primavera, aportan una singular belleza repleta de aromas y poesía, Interior bosque nos traslada al frescor, verdor y detalle de una naturaleza en estado puro. En uno de sus últimos trabajos, quizá mi preferido, Paisajes de Interior, las imágenes transcienden más allá de la realidad despertando, desde una buscada ambigüedad, nuestra imaginación, es en este proyecto donde la artista desvela que el origen de muchas de sus obras está en la memoria: “son los paisajes vividos, recordados, quizá soñados y deseados...”.

Así ocurre con las 16 fotografías que ahora nos presenta. Desde elevadas y cambiantes perspectivas y una cierta descontextualización, sus huertos rozan el mundo mágico de lo irreal que otros fotógrafos han trabajado también a lo largo de la historia; la serie de imágenes que bajo el título La creciente conciencia de la naturaleza realiza Mario Giacomelli, muestra una carga subjetiva y surrealista similar gracias a la elección de puntos de vista elevados que acentúan el carácter abstracto también presente en nuestra artista. En este acercamiento a la indefinición temática y formal por el uso de diversos recursos creativos, encuentro cierto paralelismo con las propuestas de Franco Fontana que, en su proyecto Horizonte, manipula el paisaje referencial mediante saturaciones cromáticas organizadas en planos para acentuar y desvirtuar la geometría de una naturaleza ya ordenada y sembrada por el ser humano.

La serie Huertos de Ángeles Pérez, no sólo tiene un valor fotográfico e incluso etnográfico, sino que es capaz de traspasar ese aspecto documental para plantear una metáfora de la vida y convertir los ciclos de la tierra en un acontecer estético. Al igual que el hortelano ofrece sus productos, la artista nos enriquece con sus aportaciones plásticas, contribuyendo a nuestro crecimiento, confirmando cómo el arte nos hace percibir lo cotidiano de forma diferente, dando así un nuevo sentido a la vida. Su inspiración, sensibilidad y creatividad, aportan ese sentido misterioso y necesario para seguir transcendiendo y alimentar nuestro espíritu.

 

Santiago Martínez

Profesor de Historia del Arte

 

Leer otro texto (de Antonio Castellote) de esta serie

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