Alicia en...
En la madriguera
El tiempo había pasado pero Alicia nunca olvidaría sus aventuras bajo tierra. Y todo empezó allí, al borde del bosque, el lugar en que ahora se encontraba.
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Un momento más tarde, Alicia se metía también en la madriguera, sin pararse a considerar cómo se las arreglaría después para salir.
Al principio, la madriguera del conejo se extendía en línea recta como un túnel, y después torció tan bruscamente que Alicia no tuvo siquiera tiempo de pensar en detenerse y se encontró cayendo por lo que parecía un pozo muy profundo.
El jardín de las flores parlantes
Y sin embargo, ahí estaba la colina, a plena vista de Alicia; de forma que no le cabía otra cosa que empezar de nuevo. Esta vez, el camino la llevó hacia un gran macizo de flores, bordeado de margaritas, con un guayabo plantado en medio.
- ¡Oh, lirio irisado! – dijo Alicia, dirigiéndose hacia una flor de esa especie que se mecía dulcemente con la brisa-. ¡Cómo me gustaría que pudieses hablar!
- ¡Pues claro que podemos hablar!- rompió a decir el lirio-, pero sólo lo hacemos cuando hay alguien con quien valga la pena de hacerlo.
Alicia se quedó tan atónita que no pudo decir ni una palabra durante algún rato: el asombro la dejó sin habla. Al final, y como el lirio sólo continuaba meciéndose suavemente, se decidió a decirle con una voz muy tímida, casi un susurro:
-¿Y pueden hablar también las demás flores?
-Tan bien como tú -replicó el iris-, y desde luego bastante más alto que tú.